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El orgullo de ser abogado

Amigos lectores, el título de este escrito es muy osado en momentos que algunos medios de comunicación se empeñan en generalizar un estigma para los abogados, frente a lo cual se ha guardado un lamentable silencio de asociaciones y grupos que nos representan. Por esta razón y por las propuestas que han surgido, comparto con ustedes algunas reflexiones al respecto. Es evidente que las denuncias que dieron origen a los procesos profusamente divulgados merecen un rechazo y en aquellos casos en que se ha dado confesión de parte, generan un duelo por la condición de los delincuentes, que inexplicablemente acaban sus vidas al fallarle a su familia, a la entidad pública respectiva  y  a la sociedad colombiana que viene luchando por quitarse el estigma que marcó por tanto tiempo en el exterior la violencia del narcotráfico.

En efecto, cuando se cometen delitos la sanción penal y las consecuencias sociales de rechazo a la respectiva conducta deben recaer exclusivamente sobre las personas  responsables de los hechos. Sobre los investigados confesos y  a los que después de un proceso, se les pruebe responsabilidad debe recaer el estigma social y que paguen su pena; pero no puede suceder que a la deshonra arrastren con ellos a todo un gremio.

Invito a mis colegas abogados a  exigir respeto por la profesión que ejercemos dignamente y sin la cual una sociedad civilizada  no podría resolver sus conflictos. 

Por lo anterior comparto  con ustedes un comentario a una columna del periódico El Espectador en la cual me refiero a la necesidad de ser muy precisos en las notas de prensa,en efecto la  columna titulada: La receta de Tocqueville, en unos de sus apartes señala:

 “Alexis de Tocqueville decía que la suerte de los países dependía de tres cosas: las circunstancias (físicas e históricas), las costumbres y las leyes. Para Tocqueville, las costumbres (moeurs, en francés) eran “los hábitos del corazón”, algo así como el talante moral con el que se aborda el mundo social. Esto es lo que hoy, en las ciencias sociales, llamamos cultura, o dimensión cultural. De estas tres condiciones, la más importante es, según Tocqueville, la costumbre (cultura), porque moldea la sociedad con más firmeza que las circunstancias o las leyes. Muchos estudios recientes han corroborado esta idea, con la salvedad de que hablan de un cuarto elemento, que es la igualdad relativa entre las personas, que Tocqueville tal vez desestimó por tener en mente a Francia y Estados Unidos, dos países en donde la igualdad iba en claro aumento.
Siendo así, un país tiene que poner todo su empeño en incidir en las costumbres, a través de estrategias como la educación, el fomento del espíritu cívico y la cultura ciudadana. Esto no significa que el derecho sea irrelevante, de ninguna manera, sino que las normas jurídicas son poco efectivas cuando no están acompañadas de cambios en las costumbres.
Digo todo esto pensando en el escándalo de la Corte Suprema de Justicia y en la reciente captura del exmagistrado Francisco Ricaurte. La primera reacción ha sido exigir una reforma a la justicia. Yo mismo dije algo de eso en mi columna de la semana pasada. Y no hay duda de que esa reforma, tantas veces frustrada por los mismos magistrados, se necesita. Pero, pensando en la receta de Tocqueville, esa reforma legal no sirve de mucho mientras no haya cambios profundos en las costumbres judiciales y, más concretamente, en el talante moral de los magistrados.
¿Cómo lograr eso? Hay que empezar por los abogados, que son la base profesional de la justicia. Lo primero es introducir dos tipos de control en la profesión jurídica: un examen de Estado riguroso, para igualar su formación antes de que empiecen a trabajar, y una colegiatura obligatoria que los organice y discipline. Estas dos medidas existen en todas las democracias consolidadas. Lo segundo es conseguir una mejoría sustancial en la ética profesional, en la formación jurídica y en la calidad de los profesores. Algunos decanos, conscientes de ello, dieron esta semana un paso en este sentido y publicaron un comunicado en el que reconocen su “responsabilidad académica, ética y política en la formación de los y las abogadas”, y se comprometen “en la reconstrucción de una justicia digna, accesible y transparente en Colombia”. Esta es una iniciativa muy importante, porque el mal funcionamiento de la justicia tiene mucha relación con los males de la profesión jurídica, que empiezan por la mala calidad de la gran mayoría de las facultades de derecho.(….)”[i]

Mi comentario a esa columna es el siguiente:
“26 Sep 2017 - 9:00 PM)[ii]
Por: Cartas de los lectores
Sobre una columna
Con referencia al artículo del profesor Mauricio García Villegas en su columna publicada por el diario El Espectador en su edición del pasado 22 de septiembre de 2017, refiriéndose a la crisis de la justicia en Colombia y sus posibles soluciones, me permito las siguientes observaciones:
1. Las dos propuestas del columnista no son novedosas: la de hacer una prueba antes de graduarse generó muchos debates y hoy se cuenta con los exámenes que realiza el Icfes. Además, el programa académico se encuentra establecido por decreto, lo cual siempre se ha cuestionado, porque limita la autonomía universitaria y deja muy poco margen para la innovación y los nuevos contenidos de áreas académicas. En relación a la colegiatura obligatoria, ha sido recurrente la idea de hacerla obligatoria, pero cabe recordar que ha primado el principio de libre asociación para quienes quieran pertenecer a las agrupaciones profesionales. Por lo demás, es desmedido y arrogante lo referido al propósito según el cual sería “para organizar a los abogados y disciplinarlos”, como si no lo fuéramos. Cabe recordar que no es serio generalizar y de paso estigmatizar una profesión. No es cierta la conclusión del columnista de que su fórmula busque, además, una mejoría en la formación y calidad de los profesores, lo que considero un irrespeto a los docentes comprometidos con su labor en las facultades de Derecho, al sugerir que no son idóneos con inexcusable ligereza.
2. No puede aceptarse la generalización con que concluye el párrafo transcrito de la supuesta “mala calidad de la mayoría de facultades de Derecho”, porque la subjetividad de semejante afirmación, sin un soporte serio, es sumamente grave, máxime cuando el autor fue profesor de materias relacionadas con la investigación en nuestra querida Universidad Nacional y sabe que en este campo no pueden sacarse conclusiones sin soporte y rigor metodológico.
3. Si bien la columna periodística no tiene un carácter de artículo científico y por ello no exige el rigor académico como producto de una investigación, tiene la responsabilidad de ser precisa y clara con los lectores.
4. Por último, es evidente la gravedad de los delitos denunciados, por lo que se espera que opere una justicia pronta y que quienes los hayan cometido sean sancionados. Pero que se mantenga el respeto del país por los profesionales serios y probos, que día a día contribuyen con la paz y la construcción de una democracia al servicio del bienestar, la equidad y el progreso de los colombianos.
Martha Espinosa. Abogada.”







[i] www.elespectador.com/opinion/la-receta-de-tocqueville-columna-714525
[ii] www.elespectador.com/opinion/sin-titulo-columna-715140

Comentarios

  1. hlos mejores abogados te escuchará, te hará las preguntas que considere convenientes, y sólo te interrumpirá, si necesita esclarecer alguna parte de los hechos que le relates.
    Un buen abogado, te generará la confianza para que le narres todos los hechos desde tu punto de vista, con total confianza. Si sientes que no puedes confiarle todo, o debes maquillarle la verdad de cualquier manera, no pienses siquiera en contratarlo.
    Un abogado que se presenta ante ti sin señales de ser combativo, puede ayudarte mucho a resolver tu caso.

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