Ingrid Betancourt es una figura especial. Como política movía opinión y generaba controversias, era la representación femenina en el Congreso y por ello siempre le tuve respeto. Cuando fue secuestrada, estoy segura que la mayoría de mujeres colombianas sentimos un dolor que se agudizó cuando apareció la fotografía, que como prueba de supervivencia, mostraba el rostro de la violencia en su máxima expresión. Me preguntaba cómo era posible tanta infamia y hasta dónde podía llegar la sevicia y crueldad de sus captores. El día de la liberación fue un momento de gran alegría y de enorme significado para los demócratas de este país. Se esperaba verla reintegrada a la vida política pero no fue así y ayer al escucharla en la entrevista radial entendí y respeté su decisión.
Ingrid, como persona inteligente escribió el mejor libro que se ha editado sobre el tema del secuestro en los últimos años: "No hay silencio que no termine", es una obra de sociología, historia, política y literatura, escrito con el corazón por una mujer valiente, que debería ser texto obligatorio para los estudiantes en Colombia. Leerlo me significó un duro cuestionamiento de cómo pueden existir seres humanos con tal nivel de maldad y capacidad de causar daño a otros, en nombre de una supuesta lucha política. Invito a mis lectores que aun no lo hayan leído, a estudiarlo, y a quienes ya lo leyeron a que lo divulguen.
Al escuchar a Ingrid descubrí muchos aspectos que todavía no ha contado, pero lo más maravilloso de su personalidad es oírla como una voz que invita a la Paz y que nos enseña cómo el futuro de Colombia depende de difundir la verdad de la violencia y generar un pacto de convivencia que ayude a sanar las heridas. La voz de las víctimas se está escuchando y sus mensajes dejan clara la necesidad de la paz y de no repetición.
Ojalá todos nos comprometamos desde nuestra propia familia, amigos, círculos de estudio y trabajo a dar ejemplo para aprender a resolver nuestros conflictos y respetar los derechos humanos, a fin de que las futuras generaciones puedan vivir en un país en el que, después de tantos años se pueda disfrutar lo maravilloso de esta patria nuestra.
Ojalá todos nos comprometamos desde nuestra propia familia, amigos, círculos de estudio y trabajo a dar ejemplo para aprender a resolver nuestros conflictos y respetar los derechos humanos, a fin de que las futuras generaciones puedan vivir en un país en el que, después de tantos años se pueda disfrutar lo maravilloso de esta patria nuestra.
Gracias Ingrid por enseñarnos el significado de la dignidad y del valor de ser mujer. Gracias también a Yolanda Pulecio, que nunca desfalleció y en sus mensajes semanales era una verdadera maestra que infundía respeto como madre y demostraba el profundo amor por su hija.
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